Sala 1 Sala 3

SALA 2

Martina Francis Aguirre

"Cita en la playa"

ARTES VISUALES

La imagen es un dibujo realizado con lapicera y lápices de colores sobre papel. Se observa como fondo una playa, en donde en la parte superior de la imagen se ve el mar de color celeste con líneas negras que dan la impresión de formar olas, y en la parte inferior la arena de color amarillo delimitada con una línea negra. A la izquierda de la imagen, sobre la arena y cerca de la orilla del mar, se ve una sirena pelirroja, con el pelo largo hasta la cintura y flequillo sobre la frente, con la cola color verde y un corpiño color violeta. Está utilizando una silla de ruedas y sostiene una copa de vino con su mano izquierda. Frente a ella y a la derecha de la imagen, se ve a una mujer con el pelo azul hasta los hombros, un bikini de color celeste y sandalias negras, usuaria también de silla de ruedas, sosteniendo una copa de vino con su mano derecha. Ambas mujeres se observan mutuamente con expresión relajada.

Maria Cecilia Ruhl

"Noches rengas"

EN PRIMERA PERSONA

La casa de Sil era nuestra guarida. Antes de que varios integrantes del grupo de amigos comenzaran su etapa de procrear (tanto casas como niños), allí nos juntábamos por las noches. Dos rengos en silla hacíamos que esos encuentros resulten más extravagantes. Coordinar dónde y cómo juntarnos era ardua labor, por eso siempre terminábamos en el departamento de calle Suipacha. Rampa, ascensor con las medidas tan justas que requeríamos de varias maniobras para dar con la ubicación exacta que nos permita cerrar la puerta. También contaba con circulación básica y se ubicaba en primer piso con balcón. La verdad que no importaba el número del piso, ninguno iba a bajar las escaleras con las sillas ante un corte de luz. Más aún teniendo en cuenta que a medida que avanzaban las horas nuestras capacidades se iban disminuyendo, las de todos.

Nuestra amiga, ser esencialmente anticapacitista, defensora fundamentalista del modelo social y los derechos de las personas con discapacidad, siempre pensaba en esos detalles. Cuando regresó a Rosario, luego de varios años de trabajo y militancia en Buenos Aires, buscó hasta el cansancio un hogar con las condiciones necesarias para alojar a todes sus amigues.

El entorno no era la única dificultad. Comer también era una hazaña. Debíamos encontrar un menú sin TACC, sin demasiadas verduras y sin carne vacuna. Nuestros manjares se limitaban a un pollo con papas, plato oficial del grupo para no sumar complicaciones. Teníamos terminantemente prohibido comulgar con el veganismo.

Hubo un viernes particular. Un viernes que, como tantos otros, salimos de la Maestría que cursamos con Sofia y tomamos un taxi hasta mi casa. Debía hacer cambio de sistema de movilidad. Al cursado podía asistir con bastones, tenía toda la logística armada. Pero salir de noche era distinto. En ese entonces caminar varias cuadras para llegar a la fiesta y permanecer parada o atravesar el espacio lleno de gente ebria, en la oscuridad, ya no era una opción feliz. Por eso prefería subirme a “Matilda” mi silla manual que así había sido bautizada, tomar lo que quiera sin tener que pensar todo el tiempo en el equilibrio, en los pasos que debería dar para salir o ir al baño.

Pedrito, con la calma que lo caracteriza y su sonrisa constante, nos esperó en mi casa de calle Mendoza, donde vivía sola desde hacía un par de años. Éramos casi vecinos, mis salvavidas de las salidas nocturnas, mis padres adoptivos, que me buscaban y regresaba al departamento, sin control ni preguntas.

Frenamos un taxi en la esquina, felices de encontrarlo rápidamente. Subí al vehículo mientras Pedrito desarmaba la silla y ayudaba al chofer a sujetar el baúl con una precaria soga que me hizo temblar durante todo el viaje. Cada vez que doblaba a gran velocidad imaginaba a Matilda volando por el aire, raspando su hermoso color púrpura con el escalofriante pavimento gris.

La charla del chofer me distrajo, o mejor dicho, desvió mi irritación hacia otro terreno pantanoso. Se quejaba del mal estado de las veredas de Rosario, de los difícil que debería ser andar por la ciudad, quería hacer causa común con mis “desgracias y padecimientos” y me elogiaba, se asombraba de lo osada que era por salir de noche con amigos. En esos discursos empalagosos andábamos cuando comentó elocuente, como quien descubre la pólvora:

-¿Sabes lo que tenés que hacer vos, flaca? Llevar siempre una soga, para todos partes, la metes en la mochila, en la cartera y siempre la tenes por las dudas -dijo sin esperar mi respuesta.
- Ah si..- dije un poco desconcertada.
- ¡Claro! Asi no tenes que renegar y los taxistas no tienen excusas.
- Pero es su obligación llevarla – le dije.
- Si! Agregó Sofía- ¿y sabes qué más podes hacer Ruli? dijo irónicamente dirigiéndose a mí- podés ir para todos lados con una rampa, así salvás los desniveles que existen por culpa de todos los pelotudos que construyen para la “normalidad”.
El chofer no habló más, nosotras continuamos el viaje escondiendo la risa cómplice.

En la otra punta de la ciudad, al límite con Baigorria, Pérez trataba de resolver su encrucijada, ¿silla manual o con motor?

Ir motorizado le daba libertad, podía viajar en colectivo, volverse en el horario que deseara, dar vueltas por el bar y hacerse el lindo sin nadie que lo empujara y decidiera su camino. Pero aún no se sentía listo para viajar de noche. Eran sus primeros trayectos en colectivo. La primera vez que lo hizo le envié por mail un instructivo1 con todas las precauciones que debería atender. Aún lo conservamos para quienes lo necesiten.

1 Ver Anexo

Recordó aquellas indicaciones. Ambos sabíamos que más allá del sarcasmo con el que las había escrito, mucho de ello era cierto. Viajar de noche aumentaba las dificultades, menor frecuencia de bondis, menos opciones accesibles, sumada a la inseguridad de la ciudad.

- No Rula, mejor me voy con la manual, en remis- me dijo horas antes por mensaje de texto.
Pérez debía llegar último para asegurarse contar con aliados que bajen su silla y lo ayuden en la transferencia. Así sucedió como tantas otras noches.
Ya todos en el festejo pedimos nuestro menú oficial, a nadie se le cruzaba la idea de cocinar. Eran los 45 de Diego. Escabiamos y fumamos una hierba super fuerte. Tan intensa que Pérez se quedó callado cuando todos cantamos eufóricos el feliz cumpleaños.
- Se me olvidó la letra- dijo luego de los aplausos.
Minutos después seguimos riéndonos, pero claro, nadie recordaba por qué.

Esa noche tocaba Homero en el Distrito 7, bar al que asistíamos con regularidad. Esa sería nuestra próxima parada. Esquivando baches en las veredas, bajando elevados cordones y jugando carreras de sillas transitamos las cuatro cuadras que nos separaban del evento. Ya conocíamos cada detalle del trayecto, pero siempre era una aventura nueva. Desconozco si eran los efectos del alcohol mezclado con la marihuana, o qué, pero creíamos ciegamente que éramos protagonistas de las andanzas de Mario Bros. Al mismísimo video juego nos teletransportabamos al salir a la calle, salvando obstáculos y ganando monedas. Lástima que no encontrábamos ningún hongo que nos de superpoderes para zafar las barreras de la ciudad.

Ya en el bar, antes de sumergirnos en la muchedumbre para bailar unas lindas cumbias, debíamos cumplir nuestra misión. No solo era una salida recreativa, no era todo superfluo, no todo pasaba por divertirnos. Teníamos un cometido fundamental, una acción en la que veníamos trabajando todos los fines de semana: molestar al chico de la barra con un reclamo existencial, el de hacerle saber la necesidad de contar con una trabita en el baño de discas. Más de una vez nos abrieron la puerta quedando nuestras partes íntimas expuestas ante el gentío. Esa lucha no la dábamos por perdida, era un trabajo de hormigas, sutil pero constante, tanto lo molestamos que lo logramos. Pusieron la trabita, pero no fuimos más, llegó tarde, varios amigos ya estaban procreando.

Horas después Pérez coqueteaba con una chica. Sus ojitos celestes esa noche brillaban en la oscuridad. Esos mismos que tantas veces desconciertan a quienes lo ven pasar y despiertan una curiosidad generalizada: ¿qué le habrá pasado? tan lindo y en silla de ruedas… Pérez quería guerra y parecía acercarse. Maldijo la hora que eligió no ir motorizado, ahora debía esperar el remis. La urgencia lo sucumbía, temía que la flaca se cansara, llevaba varios findes con su cortejo. Lo logró, la cautivo y la espera se hizo corta.

Quienes aún bailábamos salimos cuando Pérez dió la señal. El remis de GB (Granadero Baigorria -de menor costo y muchas veces conducido por algún conocido) aguardaba afuera. Sil buscó a Pedrito para que le de una mano. Lo encontramos afuera, al lado de Sofia, su compañera, quien delicadamente se hacía su pollera colorida a un lado para evitar que su vómito la ensucie. Vi su cara desorbitada y comprendí de inmediato el mensaje, no podía regresar con ellos. Mi amiga se tambaleaba y requería asistencia, esa noche Pedrito no podía con ambas. Quedé huérfana. Enseguida coordinamos con Sil, ella me acompañaría hasta mi casa una vez que Pérez arranque. La chica aún no conocía sus mañas como nosotros. Me quedé con mi amiga malherida, quien esta vez se encontraba más abajo que yo. Desde la silla la observaba dormir, sentada en el suelo. Pedrito, Sil y el remisero se encargaron de asistir en el traspaso, fue duro. Lo trasnochado de nuestros amigos y el escabio de tantas horas se hizo sentir. Una vez que Pérez se sentó en la posición más cómoda que pudo lograr, desarmaron la silla. Ruedas por un lado, doblaron el respaldo y buscaron el lugar justo para que encaje en el baúl con el tubo de gas. La chica se acurruco, el viaje era largo y hacía frío.

Sil me buscó para ir rápidamente por un taxi, sabíamos que podría hacerse larga la espera. De lejos vimos el remis baigorriense. Prendió las luces, arrancó, cruzó la calle llegando a la esquina e ingresó a la estación de servicios. Nos miramos sorprendidas, no entendíamos qué estaba pasando.

- Uh.. tengo que cargar gas- le dijo el conductor a Pérez-, me olvidé, que pavo...
- ¿Me estás cargando? ¡Me acabo de subir! ¿Vos viste lo que nos costó?
Pérez, encaprichado como un niño que quiere el juguete exhibido en una vidriera, no quería bajarse del auto, hasta intentó en vano sobornar al playero.
- Pero ¡por favor! Asumo las consecuencias, no me importa explotar y morir chamuscado, acabo de subirme- suplicó Pérez.
- Está prohibido quedarse en el auto durante la carga- sentenció el playero, mientras el remisero, haciéndose el desentendido, volvía a armar la silla de ruedas para repetir el operativo.

Pasan los años, rotan nuevas parejas en el grupo, se refaccionan las casas construidas con el procrear, salen nuevos créditos, los niños deambulan en nuestros encuentros y siempre recordamos en mares de risa aquellas historias.

ANEXO

Instrucciones para viajar en colectivo siendo usuario de silla de ruedas y no morir en el intento (o volver deprimido a su casa)*

* Estas instrucciones están pensadas para la ciudad de Rosario pero puede ser aplicable a muchas otras de similares características estructurales y actitudinales.

Si usted es usuario de silla de ruedas y quiere tomar un colectivo siga atentamente estas indicaciones. No es tarea fácil pero no se deje vencer, Rosario es una ciudad accesible.

En primer lugar se recomienda identificar previamente si la línea que debe abordar para el traslado es urbana o interurbana. En este último caso, recomendamos abandonar su desafío. No obstante ello, si ud. es una persona valiente, arriesgada, cuenta con capacidades especiales y decide hacerlo, se recomienda consultar en la página web si en el horario que desea realizar el viaje pasa una unidad accesible, es decir de piso bajo y con una rampa. Si ud. pensó que podía elegir el horario está equivocado, esos son privilegios de la clase caminante.

En el caso de poder elegir una línea urbana ud. es una persona un poco más afortunada. Igual se recomienda chequear la información en la página web, aunque puede encontrar datos poco fidedignos como que todas las unidades de la línea K2 son accesibles. Corroborará Ud. al llegar a la parada que podrá esperar todo el día y confirmará que un mínimo porcentaje de las unidades reviste dicha características y que la mayoría cuenta con los escalones más altos de toda la flota.

2 La línea K en Rosario, son troley que se suministran con energía eléctrica, hasta hace muy poco todas sus unidades, tenían altos escalones. Desde hace un tiempo se comenzaron a incorporar unas pocas unidades de piso bajo.

Elegida la línea y verificada la accesibilidad deberá seleccionar atentamente la parada. Si se encuentra en un barrio alejado del centro deberá deambular varias cuadras hasta llegar a una avenida que cuente con un cordón. No se ponga pretensioso con la altura de éste, esos son privilegios de la clase del centro. No se sienta en desventaja, considere que esta clase cuenta con otras dificultades no menores, como encontrar una parada libre de vehículos estacionados o cordones tan desgastados que parecen no existir.

Ubicado en la esquina que más se acerca a su ideal de parada accesible, comenzará a sentir una sensación inquietante. Puede tratarse de nervios por la expectativa, un deseo muy intenso de que el colectivo tenga una rampa que funcione y que, en caso de existir y funcionar, se den las siguientes condiciones:

1.- Que el conductor del vehículo en cuestión:

1.1.- No siga de largo invisibilizando su existencia pese al llamativo objeto sobre el que se encuentra sentado.

1.2.- Estacione sobre el cordón de la vereda. En el caso de no hacerlo deberá contar con la suerte de que la esquina tenga una rampa, o de encontrar una cochera cercana, para poder descender al pavimento e intentar subir. En este último caso debe considerar el aumento significativo de la pendiente de la rampa, procure contar con su propio cinturón de seguridad.

1.3.- Se encuentre predispuesto a bajar de la unidad, deslizar la rampa y brindar colaboración para el ascenso en el caso de que así lo requiera. Debemos admitir que cuestiones de género, belleza o clase social pueden incidir favorablemente o no en la conducta de este sujeto, quien denotará una mayor o menor predisposición hacia la tarea a realizar. ¡Ojo! No todo depende de Ud, existen otros factores ajenos a su persona: el cumplimiento de los tiempos establecidos, una mala jornada de trabajo, una noche de insomnio, entre otros.

2.- Que la rampa sea adecuada. Es decir, que tenga una pendiente de los grados necesarios para permitirle ascender y/o descender sin arriesgar su vida y/o la integridad de su silla y/o la del chofer.

Si logró llegar hasta acá es una persona de suerte. Sólo resta contar con la fortuna de:

3.- El colectivo cuente con el espacio libre para silla de ruedas, que las personas que lo ocupan tengan la amabilidad de correrse o acatar la orden del chofer, que de advertilo, decida hacer uso de dicha facultad de mando.

4.- Cuente con cinturón de seguridad que le permita sujetarse en el viaje o que la velocidad que tome el vehículo no sea tal que lo desplace por toda la unidad al grito de ¡socorroooooo!

5.- El timbre funcione para avisar su descenso, el chofer escuche su grito de que desea bajar o cuente con pasajeros solidarios que hagan llegar su mensaje al destinatario correcto en el tiempo adecuado.

Dadas todas estas condiciones Ud. habrá disfrutado de un placentero viaje por la ciudad de Rosario, y para descender solo basta que la parada se encuentre libre y se den nuevamente las condiciones antes detalladas en los apartados 1.2 1.3 y 2.

Esperamos que haya disfrutado su viaje y que el estrés vivido no le impida volver a repetirlo.

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Karina Kracoff

"Eros"

EN PRIMERA PERSONA

Alejandra Petrella

"Invisible"1

LITERATURA

1 Algunas de las ideas teóricas de este texto fueron volcadas por la suscripta en el Capítulo escrito en Igualdad y género, 2019, obra colectiva dirigida por Mirian Mabel Ivanega. 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: La Ley, pág. 225.

I.- Mi tía Esther murió en el hospital Moyano. Su recuerdo despierta mi obsesión por el misterio que rodea el tratamiento de los trastornos mentales. Es increíble que con lo que mejoraron las condiciones de vida y sanitarias de gran parte de los ciudadanos del mundo durante los últimos cincuenta años, el deterioro progresivo del estado de las mentes, sea hoy uno de los mayores problemas de la salud pública.

Desde chica, la locura fue un tema en mi familia. Esther era la hermana menor de mi padre, y era esquizofrénica. En la década del setenta, para una familia de clase media acomodada con pretensiones de ascenso y que hacía anclaje en las relaciones sociales, tener un loco en la familia era una vergüenza, una verdadera tragedia a ocultar. Entonces, las internaciones en carísimas clínicas privadas eran las veces que “la tía estaba en el campo”, las curas de sueño a las que la sometían después del agotamiento que le quedaba cuando tenía un brote eran traducidas en que “la tía duerme porque está con surmenage”, sus encierros con llave durante días y días en los que no salía de su cuarto, se disfrazaban con un “está leyendo mucho” o los electroshocks a los que la sometían para apaciguar sus ataques y que la dejaban sedada y babeando por semanas, eran una “fuerte gripe que se pescó por salir desabrigada”.

Mis hermanos y mis primos le tenían miedo. Más de una vez, en los almuerzos familiares de los sábados, en alguna fiesta o cumpleaños, la tía se desestabilizaba y podía llorar a gritos o romper todo lo que tuviera a mano. Entonces llamaban al querido Dr. Salaberry -que con su chaleco y jeringa mágicos- la tranquilizaba, la llevaba a su cama, y aquí no ha pasado nada. Era increíble como pasábamos de la parsimonia de un almuerzo, a la excitación de un brote esquizofrénico para volver al rato a retomar el tema cuya conversación se había interrumpido, en el mismo punto en el que se la había dejado, como si Esther no existiera. La negación de su sufrimiento fue un tema que me acongojó durante años.

Esther parecía invisible. Pero no solo como si no existiera; como si no pensara, ni deseara, ni sintiera.
Pese a eso, le tenía una secreta admiración: en una familia acartonada, que vivía como “había que ser”, la tipa tenía la impunidad de poder decir lo que quería, hacer lo que le viniera en ganas y no rendir cuentas más que a su propia mente que parecía llena de fantasmas.

Vivía con mis abuelos en un caserón en Belgrano que fue la casa familiar desde siempre. La que fue el lugar obligado de encuentro de tíos y primos, para quienes su enfermedad era algo que no se veía, y mucho menos se contaba, salvo cuando se brotaba, momento en el que todos parecían huir pero en el que yo me quedaba espiando, como si ese momento trágico que se resolvía mágicamente me produjera una extraña fascinación.

No sé muy bien de qué manera - si fueron mis padres o mis abuelos- nos inculcaron que eso era algo malo, y de lo que no había que hablar. Eran épocas de secretos y la mayoría de la gente -al menos aquélla con la que convivíamos socialmente- jugaba la parodia de la felicidad.

Ya adolescente, los sábados iba sola a lo de mi abuela después de mis clases de guitarra. Recuerdo que uno de tantos faltó el profesor y llegué temprano. Me encontré con Esther en la puerta lavando su Fiat 1500 y empezamos a conversar. Es que la tipa cuando estaba bien te hacía morir de risa. Después, me enseñó a jugar a las damas, canciones eclesiásticas pero medio hippies para el grupo juvenil de la iglesia (cada tanto le daba por ese lado, quizás como parte de su “delirio místico”) y a ver carreras de autos (que le encantaban). Adoraba su 1500 con el que cada tanto terminaba en la Comisaría por exceso de velocidad, dejarlo tirado en cualquier lado o manejar sin registro. Pero la tragedia, para poder estar oculta también requería de amigos cómplices y poderosos que solucionaban rápidamente el “problemita”. Recuerdo a mi abuelo, padre o tío sacando a Esther de la Comisaría 33° en la que seguramente el Comisario tampoco dejaba rastro del paso de mi tía por ahí, vaya a saber a qué precio.

Con el tiempo, comprobé que todos estábamos un poco enfermos y a mi tía se le notaba más. Y que tal vez el miedo o el desconocimiento llevaron a situaciones de mierda. Qué distinto hubiera sido todo si se hubiera podido enfrentar y acompañar la enfermedad desde el amor familiar.

Nunca entendí por qué se sigue negando la locura. Pese al avance de los derechos humanos en estas últimas décadas –y particularmente en la Argentina– que el tema no sea una preocupación social.
En el marco de una familia negadora - muertos mis abuelos y mis tíos mayores-. Esther terminó en el Neuropsiquiátrico Moyano. Nadie pudo o quiso hacerse cargo. La única vez que la visité creo que no me reconoció, agradeció los puchos que le llevé como si hubieran sido un elixir, y volvió a su mundo. Estaba muy deteriorada y falleció poco tiempo después.
Aprendí mucho de la locura de Esther y supe entonces que su historia iba a tener una connotación en mi vida. La incertidumbre por lo que le pasaba, despertó en mí una mirada distinta respecto a las personas con padecimientos mentales -especialmente las mujeres- a las que es tan fácil invisibilizar solo por estar locas.
Ella murió hace más de veinte años, pero todavía me pregunto si su tratamiento hubiera cambiado en esta época. Creo que si bien existen más herramientas legales y terapéuticas, y aun suponiendo que sean bien utilizadas, la locura en la mujer sigue siendo un estigma discapacitante.

II.- Mi tía Esther fue una más. Porque aunque hoy las reivindicaciones femeninas parecerían estar siendo escuchadas, poco se habla de ese colectivo de mujeres históricamente marginadas. Es que el padecimiento mental fue estudiado, investigado, diagnosticado y tratado por hombres, por ende, queda claro que el abordaje de la locura recibió un tratamiento distinto según la condición sexo biológica, que llevó a que muchas enfermedades mentales tuvieran rasgos denominados típicamente femeninos y constituyeran patologías propias de las mujeres. Aquellas vinculadas al útero, a los humores, a las hormonas, a la maternidad, al puerperio, a la menopausia. Incluso la depresión o el mal de amores constituían estados femeninos que parecían no involucrar a los fuertes temperamentos masculinos.

Sin embargo, muchas de estas patologías tan propias de la llamada condición femenina, fueron utilizadas para invisiblizar a las mujeres y privarlas de sus derechos. Más grave todavía resultó el uso del cuerpo de la mujer con padecimientos mentales sometida tanto sexual como psicológicamente, resultando una víctima de violencia de género doblemente agravada: por su condición de mujer y de loca.

La enfermedad mental constituye un condicionante social que excluye de modo diferencial y más perjudicial a la mujer. Existen herramientas -en el marco de la igualdad de derechos- para paliar esta vulnerabilidad y coadyuvar al colectivo femenino con padecimientos mentales a advertir la problemática y evitar la exclusión que genera y los perjuicios que causa. El modelo social de discapacidad permite que las mujeres -hago referencia al colectivo que se autoperciba como tal- tengan una vida libre y plena, lo que todavía es una deuda en materia de padecimientos mentales.

La locura fue usada como factor discapacitante en la época en que ser incapaz equivalía a no tener derechos y aun hoy -pese a los nuevos paradigmas tanto de la diversidad cuanto de la discapacidad- la locura sigue siendo usada como elemento invisibilizador.

Las personas con padecimientos mentales constituyen el colectivo más vulnerable de la sociedad: estigmatizados, temidos, rechazados o ignorados, son marginados debido a la creencia de que la locura es un mal incurable y los locos sujetos peligrosos. Recalco que la discriminación es mayor si ese colectivo es femenino, máxime cuando las mujeres son víctimas de un sistema de encierro en el que la privación de la libertad, la sobremedicación y los malos tratos arrasan con sus vidas.

El tratamiento otorgado a la mujer desde la perspectiva de su capacidad jurídica encuadra en una de las formas de violencia, y esta invisibilización a lo largo de la historia jurídica2, todavía no se vio atravesada por la nueva mirada respecto a la cuestión de género. Las mujeres con padecimientos mentales continúan siendo víctimas de extrema discriminación, situación que se ve agravada por la circunstancia de que al constituir un grupo silenciado, existen pocas estadísticas, estudios y/o análisis puntuales referidos al tema. Las prácticas que prevalecen en los neuropsiquiátricos, así como la falta de dispositivos intermedios en grave violación a la Ley Nacional de Salud Mental constituyen, a su vez, un agravante adicional en las mujeres, por la situación de violencia y vulnerabilidad a la que se encuentran sujetas.

2 V. Di Liscia, Silvia, “Mujeres, locura e incapacidad civil en Argentina, 1890-1920”, 2003, en La Aljaba, segunda época, Vol. VIII, ps.89 y s.s. Instituto Interdisciplinario de la Mujer de la Universidad Nacional de La Pampa.

Se debe dar voz a la situación planteada, poner el tema en agenda e invitar a la modificación de las prácticas desde los distintos saberes a partir de una mirada interdisciplinaria.

La articulación –básicamente, de las leyes de salud mental, violencia de género e identidad sexual, juntamente con la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad- resulta imprescindible, en tanto se enmarcan en un cambio de modelo de ampliación de derechos e inclusión de colectivos originariamente excluidos poniendo en juego el derecho a la atención de la salud mental pero garantizando el protagonismo de las personas en oposición a las prácticas históricamente objetivantes de la salud3. Esta compatibilización permite además, erradicar los sexismos, la violencia en las prácticas e incluir el acceso a los procedimientos que permiten adecuar el cuerpo a la identidad autopercibida de aquellas personas que lo consideren necesario. Para ello deberán modificarse las prácticas que surgen de los manuales, que clasifican las enfermedades mentales (por ejemplo el DSM 10)4 que muchas veces son fundamento de pericias y que tienden a cosificar a las mujeres descontextualizando las particularidades que imponen hacer eje en el individuo.

3 Barbieri Adrián y otros, “Articulaciones entre la Ley de Salud Mental y la Ley de Identidad de Género: posibilidades para contrarrestar las tendencias objetivantes de las clasificaciones psicológicas”. VI Congreso Internacional de Investigación y Práctica profesional en Psicología XXI Jornadas del Investigación del 10° encuentro de Investigadores del Mercosur, Facultad de Psicología, Buenos Aires, 2014. www.aacademica.org.
4 Manual de diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), particularmente la Organización Mundial de la Salud recomienda el uso del denominado CIE 10, acrónimo de Clasificación Internacional de Enfermedades. Procesos que actualmente se encuentran en revisión.

Los trabajos que analizan el proceso que llevó a finales del siglo XIX a considerar a los trastornos mentales bajo una representación femenina, muestran cómo la locura se caracterizó con atributos femeninos, y esto condicionó las respuestas terapéuticas dadas por los psiquiatras. Las mujeres tenían más probabilidad de ser etiquetadas como enfermas mentales, debido a que la salud mental no era valorada con los mismos parámetros que en hombres. Los indicadores de personalidad sana -independencia, autonomía y objetividad- no eran los de una mujer considerada mentalmente sana -dependencia, sumisión y sentimentalismo-. Por tanto, las mujeres podían ser consideradas «locas» aceptaran o rechazaran aspectos del rol femenino. En cuanto al tratamiento se refiere, se ha evidenciado la realización de mutilaciones ginecológicas y diferencias de género en el tratamiento moral, en lo relativo a la reeducación para que se llegara a cumplir con los roles establecidos. Se daba una «feminización de la locura».

Históricamente, la relación entre el disturbio psíquico -y su consiguiente codificación y sanción- y la rigidez de las reglas de comportamiento, fue más evidente en el caso de la mujer por cuanto se basaba en convenciones o prejuicios de orden moral, o estereotipos de reglas que -apelando a una ley de la naturaleza tomada de manera grotescamente literal- servían para mantener la distancia y la diferencia entre la esfera de acción y de poder de la mujer y la del hombre. Por ejemplo, resultaba complicado saber cuántas eran las mujeres "perturbadas", toleradas u oprimidas dentro de las familias, si sólo se las conocía en el desempeño de las tareas domésticas. El destino de las mujeres proletarias o subproletarias que terminaban sus días en un manicomio, y aquél de las mujeres de la alta burguesía que acaban con un psicoanalista era ciertamente distinto, como también son diferentes los modos de expresión de esta problemática de acuerdo a cada uno de los momentos históricos, especialmente a partir de la era industrial y de la aparición de un nuevo orden social que introduce nuevos roles y funciones basados en la división del trabajo. Pero un denominador común instala a las mujeres en el primer nivel de opresión, que consiste en haber nacido mujer dentro de una cultura en la que este mero hecho era o es -depende del lugar- de por sí un menosprecio.

Todo lo referido a la mujer estuvo dentro de la naturaleza y de sus leyes: menstruación, embarazo, parto, lactancia, menopausia. Todas las fases de su historia pasan por las alteraciones de un cuerpo que la ancla sólidamente a la naturaleza: débil por naturaleza, obstinada y dulce por naturaleza, maternal por naturaleza, estúpida por naturaleza, seductora por naturaleza, y también pérfida y amoral por naturaleza. Lo que significaría que las mujeres fuertes, feas, privadas de atractivos, inteligentes, no maternales, agresivas, amorales en el sentido social son fenómenos "contra natura". La situación femenina, con sus obstáculos y condiciones impuestas, puede dar la idea más clara de ese sufrimiento llamado "enfermedad mental". Si la locura pudiera ser definida como carencia e imposibilidad de alternativas dentro de una situación que no ofrece salidas, la medida de cómo ha llegado a constituirse histórica y socialmente podrían darla tantas mujeres sin historia, obligadas a vivir como han vivido. La "locura" de las mujeres debe ser enfocada como un fenómeno explicita e históricamente determinado, tratando de entender, y no sólo interpretarlo, como un producto histórico-social5.

5 Franca Basaglia. Mujer, locura y sociedad, Universidad Autónoma de Puebla, México, Méjico, 1987, p.31 y s.s.

Sin embargo, la diferencia en el tratamiento de la condición femenina y su interrelación con lo mental resultó históricamente un anclaje que utilizó el derecho para subestimar a las mujeres. Basta con analizar el derrotero que la cuestión de la capacidad jurídica tuvo a lo largo de la historia jurídica de la Argentina, y cómo fue mutando con las distintas reformas del Código Civil, hasta llegar a considerar la capacidad femenina y la masculina en paridad, o sea, la capacidad de las personas -que hoy constituye el principio general respecto a quienes adquieren la mayoría de edad- independientemente de su género, e incluso de su condición psíquico física ya que la declaración de incapacidad es hoy la última ratio, toda vez que se presume la capacidad plena. Empero, en su momento, los juicios de insania resultaron una fuente relevante para examinar las formas de dominación jurídico médica sobre las mujeres6. Los complejos entramados legales que utilizaban diagnósticos psiquiátricos para privar a mujeres de sus derechos se enmarcan en un proceso de subordinación de género en tanto existía un discurso médico sobre enfermedades mentales “femeninas” que legitimaba la dominación masculina.

6 Resultan emblemáticos los antecedentes jurisprudenciales de fines del siglo XIX y principios del XX que daban cuenta del dominio hegemónico masculino en el que los peritos médicos desempeñaron papeles esenciales dando pie a la declaración de incapacidad civil de mujeres mayores viudas o solteras que no pasaban del control de sus padres al de sus maridos, vinculado a temas de salud mental motivados en diagnósticos tales como “locura histérica con tendencias suicidas”. La condición de alienadas de tales mujeres, judicialmente decretada luego de una pericia médica realizada por varones y declaraciones judiciales de jueces basados en pedidos de declaración de incapacidad por parte -en general- de los hermanos varones, bastaban para desposeer a esas mujeres de la administración de sus bienes, y en la mayoría de los casos, además, encerrarlas de por vida. Ver, per ejemplo los casos Zubiaurre Cornelia (Bs.As., 1898) y Delarregui Eusebia (La Pampa, 1923).

Esto es, existió desde antaño una fuerte presunción favorable en el mundo jurídico vinculada al estado mental de la mujer como condición invalidante, y esa construcción fue y sigue siendo masculina. Desde el paradigma de la prostitución al de la locura, los hombres ocuparon el espacio referido a la determinación de la moralidad o la cordura, erigiéndose en los vectores del saber y por ende, en los dueños de la verdad rebelada. Peritos médicos han categorizado a determinadas mujeres como “seres vulgares” y en este sentido, los juicios de insania resultan una fuente relevante a la hora de analizar la dominación jurídico médico sobre las mujeres7.

7 Di Liscia María Silvia, “Mujeres, locura e incapacidad civil en Argentina 1890-1920”, en La Alijaba, 2° da. época, Vol. VIII, 2003, p. 89 y s.s.

En el país, la sanción de Ley Nacional de Salud Mental8 propone un cambio de paradigma: el que implica que la persona con padecimientos mentales -tradicionalmente, arcaica y estigmáticamente considerada incapaz- es un sujeto de derecho. Ese cambio de paradigma es integral: un diagnóstico no identifica a una persona. Por ende, los arquetipos femeninos han dejado de ser un condicionante. El desafío -de aquí en más- es cómo se para el derecho frente a tal cambio y cómo se modifica la aplicación de las leyes que lo reflejan.

8 Ley Nacional de Salud Mental N° 25.657 (reglamentada por Dec.603/13).

La neurosis institucional es una realidad. La cronificación de las pacientes en instituciones psiquiátricas genera un círculo vicioso ya que la apatía, abulia, bajos niveles de motivación y aislamiento que provoca –situaciones de las que resulta complicado recuperarse– pueden ser producto de alguna etapa de la propia patología como consecuencia de un deterioro psicomotriz o estar generados por la reclusión prolongada. La desaferentación afectiva psicológica y social sostenida en el tiempo puede generar síntomas de deterioro cognitivo y motriz que cursan con la propia patología y llevan a las mujeres a una exclusión que constituye una afrenta a la dignidad humana. Las leyes no se cumplen y las condiciones de indignidad en la que se encuentran las mujeres internadas en neuropsiquátricos continúan resultando ajenas a las preocupaciones de la sociedad y del propio estado. Si normalmente se naturaliza el encierro y la privación de todos los derechos a una persona por el solo hecho de estar enferma -no tienen libertad, no votan y ni siquiera deciden sobre su vida y sus cuerpos- dicha circunstancia se ve agravada por la condición de ser mujer y más aun si es pobre. Sólo en la Ciudad de Buenos Aires, el neuropsiquátrico estatal alberga más de mil camas y el noventa por ciento de las mujeres allí internadas carecen de privacidad, vida sexual y están internadas hace más de un año.

Debe agregarse como elemento de análisis, la cuestión referida a los estereotipos femeninos toda vez que resulta innegable que ellos han constituido un factor determinante a la hora del reconocimiento de derechos referidos a la salud mental de las mujeres. Sobre todo, ya que hay un umbral de designación que tiene como contracara la exclusión.

La frase loca como tu madre forma parte del ideario masculino y marca la tendencia referida a que no solo la locura es femenina, sino también hereditaria. Se llama loca a quien tiene un padecimiento mental, a quien es diferente, a quien ejerce la prostitución; el calificativo es usado según las circunstancias pero siempre de manera despectiva y estigmatizante.

Por suerte en estos tiempos la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos -que marca una tendencia en la materia- limitó el ámbito de discrecionalidad con que los Estados se manejaban con respecto a las mujeres en general, por lo que el concepto de estereotipo femenino no debe vincularse necesariamente a la estigmatización de las que son víctimas las personas con padecimientos mentales. El tratamiento debe realizarse con apego estricto a las garantías del debido proceso y al respeto de la dignidad humana. Por caso, las mujeres con trastorno mental tienen cuatro veces más riesgo de ser víctimas de violencia de género, también sufren violencia institucional al limitársele o negársele sus derechos sexuales y reproductivos como consecuencia de los efectos secundarios de las medicaciones y por decisiones de terceros; y sufren abuso y violencia sexual por parte de los cuidadores estando internadas9. Consecuentemente, la Corte considera que estos estereotipos de género son incompatibles con el derecho internacional de los derechos humanos y se deben tomar medidas para erradicarlos donde se presenten.10

9 www.infosalus.com/mujer
10 La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) publica hoy el informe “Estándares jurídicos: igualdad de género y derechos de las mujeres”. Esta es una edición especial del informe, elaborada para conmemorar el 20 aniversario de la Convención de Belém do Pará, que tuvo lugar en 2015. Esta edición especial incluye el texto original aprobado por la CIDH el 3/11/2011 y una actualización aprobada el 26/01/2015.

En materia de salud mental y colectivo de género, el criterio de estereotipo debe ser interpretado juntamente con el dado por la Corte Interamericana en punto a la responsabilidad de los estados en contextos de encierro en instituciones psiquiátricas en tanto tienen el deber de asegurar una prestación de atención médica eficaz a las personas con discapacidad mental, lo cual implica asegurar el acceso de las personas a servicios de salud básicos, la promoción de la salud mental, la prestación de servicios de esa naturaleza que sean lo menos restrictivos posible, y la prevención de las discapacidades mentales11. La Corte entendió que debido a su condición psíquica y emocional, las personas que padecen de discapacidad mental son particularmente vulnerables a cualquier tratamiento de salud, y dicha vulnerabilidad se ve incrementada cuando ingresan a instituciones de tratamiento psiquiátrico, debido al desequilibrio de poder existente entre los pacientes y el personal médico responsable por su tratamiento, y el alto grado de intimidad que caracteriza los tratamientos de las enfermedades psiquiátricas.

11 Corte IDH. Caso Ximenes Lopes. Sentencia de 4 de julio de 2006. Serie C Nº 149. Párr.128.

Considero que tanto el concepto de estereotipo como la esterilización forzada de las mujeres con padecimientos mentales deben erradicarse, generándose medidas de protección, visitas periódicas, controles y protocolos de actuación profesional en el marco de los programas de protección, recuperación y rehabilitación previstos por el art. 16 CDPD12.

12 Se deberá proporcionar información adecuada a las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos en un formato accesible; formar a los cuidadores y otros profesionales que trabajan en servicios de asistencia sanitaria; y elaborar protocolos para los profesionales que trabajan con mujeres y niñas con discapacidad para detectar situaciones de violencia contra las mujeres y las niñas con discapacidad internadas o que viven en entornos cerrados.

Quizás mi abuela, que negaba la locura de mi tía Esther, haya estado tan loca como ella; aunque seguramente en mi familia todos presentamos ciertos rasgos comunes, aunque -a diferencia de ella- los disimulemos. A lo mejor por eso, tengo cierto apego hacia las personas con padecimientos mentales, sujetos de derecho en situación de extrema vulnerabilidad.

Miles de mujeres como Esther pululan por el mundo sin que nadie les de pelota. Invisibles. Los apoyos no funcionan, las internaciones se cronifican, y la sobremedicación les anula el deseo. Tarde o temprano mueren solas.

Esther, podemos ser vos o yo.

A quién le gustaría morir sola en un manicomio?

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Obra El milonguero de Juan Carlos Amadeo de la categoría Artes Visuales

Juan Carlos Amadeo

"El milonguero"

ARTES VISUALES

La imagen es una fotografía, que es apaisada y a color, y que muestra un salón de baile con pisos de madera, un telón de terciopelo rojo a la derecha y una fila de mesas con gente sentada a la izquierda. En la pista hay cinco parejas bailando abrazadas, probablemente tango o milonga, ubicadas hacia la derecha de la imagen. La pareja más próxima al fotógrafo está casi de espaldas; el hombre, de pelo corto oscuro, está vestido con pantalón y camisa negra y baila con una muleta de metal en reemplazo de su pierna derecha; mira concentrado a su compañera que está vestida con pantalón negro, una camisa suelta blanca y zapatos de taco dorados. Ella, de pelo lacio castaño hasta el hombro, levanta plegada hacia atrás su pierna derecha.

Obra Violeta de Delfina Lucero Frías de la categoría Artes Visuales

Delfina Lucero Frías

"Violeta"

ARTES VISUALES

En la imagen se observa una pintura realizada en técnica mixta (Pintura acrílica, grafito, tinta, fibrones posca, lápiz color). Aparecen una mujer y un hombre abrazados en una cama, tapados hasta el pecho con ropas de cama. Se trata de tres piezas diferentes de ropa, según se ve por los diseños y distintos tonos de violeta. La pareja aparece en tonos claros, como si la iluminara un spot de luz. Ella está a la izquierda de la imagen, tiene los labios pintados de rojo, las mejillas rojas y el pelo largo, pelirrojo. El hombre la abraza pasando su brazo derecho por debajo de los hombros de la mujer, con esa mano, que está sombrada de rojo, le acaricia el pelo. Él tiene los labios, las mejillas y el pelo sombrados de azul. Su cabello es negro, con las sombras de azul mencionadas, corto y con flequillo que le llega hasta las cejas. Las dos personas se miran a los ojos y sonríen.

Ella tiene puesto una prenda con breteles muy finitos, que no se ajusta bien a su cuerpo, y deja ver el pezón derecho. Tiene pecas y lunares, y un enrojecimiento en el hombro derecho. Él está sin ropa en la parte superior del cuerpo. Ambos están sobre una almohada que tiene una funda con volados en el borde. Al costado de la cama, del lado de la mujer hay dos muletas.

Del centro iluminado que ocupan las dos figuras salen líneas oscuras como si se irradiaran hacia los bordes de la pintura. El resto está menos definido. Hacia la derecha del cuadro y abajo predomina el violeta oscuro. En la cabecera de la cama hay formas indefinidas, algunas circulares, en tonos de amarillo, verde, rojo, azul y naranja. Se alcanza a distinguir un marco ovalado con la imagen de dos personas de pie, una de ellas con muletas.

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Obra Abrazo de Eliana Femenia de la categoría Artes Visuales

Eliana Femenia

"Abrazo"

ARTES VISUALES

La imagen muestra una obra en acrílico sobre lienzo realizada en líneas curvas que se entrecruzan y donde cada espacio limitado por segmentos de estas curvas tiene un color diferente. Los colores son rojo, naranja, amarillo, azul de varios tonos desde el celeste al azul oscuro, y, en menor medida, aparecen varios tonos de marrón y algo de verde. La imagen central es de dos figuras humanas abrazadas, acercando sus cabezas. Están dibujadas en trazos muy simples, de manera que sólo se distinguen con claridad la cabeza y los hombros y el resto solo es sugerido por las líneas. Las caras, de forma elipsoide vertical, solo tiene dos líneas horizontales en el lugar de los ojos Esta imagen se va repitiendo en curvas cada vez más grandes que se difunden como las ondas de agua desde una gota central hacia los bordes de la pintura.

Obra Florecer de Estefanía Nélida Flores de la categoría Artes Visuales

Estefanía Nélida Flores

"Florecer"

ARTES VISUALES

En la imagen se observa una obra en acrílico con pincel y espátula, las figuras están sobre un fondo bordó. En el ángulo inferior derecho de la obra se ve una cara de perfil de color ocre medianamente oscuro. De la boca abierta sale un globo de diálogo alargado, que sigue una línea oblicua siguiendo una línea invisible desde la parte inferior izquierda de la hoja hacia la superior derecha. El globo es blanco donde, con letras de imprenta negras delgadas, dice “Bla Bla Bla” . Sobre el globo, en dirección superior e izquierda, hay una forma de huevo dentro del cual hay una mujer sentada con los brazos abrazando sus piernas plegadas y su cara oculta entre las rodillas. Tiene la piel rosada, el pelo largo, recogido marrón y la rodea un ambiente celeste que se aclara hacia los bordes y termina en blanco. Las sombras en el cuerpo son celestes.

Sobre el huevo, a nuestra izquierda surgen unas ramas con hojas verdes y una flor rosa, fucsia con centro amarillo. Siguiendo esa misma línea derecha izquierda ascendente, sobre las hojas aparece una esfera. Dentro de ella hay una ciudad con edificios altos en distintos tonos de azul, con muchas ventanitas en blanco y el cielo celeste, sobre una base hecha de pinceladas verdes, que se elevan hacia el lateral derecho. Sobre el otro lado del huevo, a nuestra derecha, una mariposa de cuerpo negro y alas naranjas con bordes negros punteados de blanco y nervaduras negras se posa sobre la cara exterior del huevo. Ocupando algo menos del cuarto inferior de nuestra izquierda de la obra aparecen 4 globos oculares, esferas blancas con iris marrón y pupila negra, orientados dos de ellos hacia el huevo, dos hacia nosotros.

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Obra Árbol florido de Elisa Nallar de la categoría En Primera Persona

Elisa Nallar

"Árbol florido"

EN PRIMERA PERSONA

La imagen es una pintura en acrílico sobre lienzo que representa un árbol, muy colorida y con abundantes detalles pequeños. El tronco del árbol está recorrido por otro tronco interior en color verde con sombras amarillas. El espacio que queda entre el tronco interior y el contorno del exterior, esta lleno de círculos pequeños rellenos de dos colores, rojo periférico y amarillo central. Sobre el tronco interior también hay círculos rellenos de colores y con contornos y algunos motivos lineares en blanco. Las ramas del árbol se extienden a los costados, en el mismo color del tronco interior verde amarillento, y hacen curvas y rulos, las más cercanas al tronco son más robustas y se tuercen hacia abajo. Otras se extienden hacia afuera, horizontales y se curvan más lejos del tronco. Todas contienen en los espacios que quedan dentro de las curvaturas figuras circulares coloridas como las descriptas. Las raíces del árbol también tienen la doble estructura del tronco y tienen lunares verdes, rojos y amarillos.

En dos ramas opuestas de la mitad superior del árbol hay dos pájaros. Dos de las ramas de la mitad inferior tienen sobre la curvatura pequeños triángulos que pueden parecerse a las crestas de un dragón. A los lados del árbol hay flores, que son círculos rellenos de varios colores entre ellos bordó, marrón, rosado, verde, negro, blanco con contornos blancos no muy definidos. Por detrás de las flores, casi hasta la mitad del árbol hay dos áreas de distintos colores con diseños lineares diferentes, en tonos semejantes a los de las flores. Se repiten aquí algunas de las flores y las “crestas de dragón” ya descritas.

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Obra Sin título de Emiliana Constanza Del Valle Gariglio de la categoría Artes Visuales

Emiliana Constanza Del Valle Gariglio

"Sin título"

ARTES VISUALES

La imagen es una fotografía en colores tomada a través de un tubo transparente, de plástico o vidrio, que se angosta al final. Por lo tanto, el primer plano está ocupada por este material fuera de foco, con un dedo pulgar apoyado sobre en la parte inferior y, bordeando la parte superior un objeto rojo no definido. Al final del tubo, donde éste se achica, un borde deja lugar a una zona nítida, circular, por donde se ve la imagen de una persona de tez clara, con anteojos y pelo castaño, que sostiene con su mano derecha un celular rojo, y mira a través de él con el ocular del mismo ubicado en la boca de un tubo transparente de plástico o vidrio, que se ensancha a medida que se aleja de la persona, sostenido con su mano izquierda. Se ven solo la cabeza y las manos, está frente a un espejo con borde biselado en un marco de madera tallada. Hay algunos otros objetos pequeños sobre la mesa. Detrás de la persona, en el centro, hay un televisor moderno. A la izquierda de la foto hay una mesita blanca con una lámpara de color oscuro y a la derecha una mesita con un portarretratos.

Obra Tactilidad de María Cecilia Romero de la categoría Artes Visuales

María Cecilia Romero

"Tactilidad"

ARTES VISUALES

La imagen es una fotografía de una obra realizada sobre un cartón de color negro, sobre el cual se observa un ojo humano representado mediante una línea con papel araña retorcido color amarillo, que contornea el ojo en su totalidad, incluyendo el iris. De la parte superior del iris sobresale un brazo en forma de espiral, del mismo material, que culmina con una mano abierta con los dedos separados y un poco flexionados apuntando hacia abajo.